Imagina un mundo donde la justicia es una marioneta, manipulada por los hilos de quienes ostentan el poder. Esto no es solo fruto de la imaginación; es la escalofriante realidad que da forma a la narrativa de los crímenes de guerra en todo el mundo.
Curtis LeMay: El Artesano de la Destrucción
En las ardientes secuelas de la Segunda Guerra Mundial, el general estadounidense Curtis LeMay surgió como una paradoja desconcertante. Su estrategia era directa, aunque aterradora: terminar la guerra a cualquier costo. Su legado de destrucción, sin embargo, no fue una anomalía. En cambio, se convirtió en un sombrío recordatorio de que en la guerra, la ética es un privilegio reservado para la corona de la victoria. Tal fue la influencia de LeMay que, a pesar de orquestar el horrendo bombardeo de Tokio, sus condecoraciones brillaron más que el recuerdo de las vidas incineradas.
La Visión Selectiva de la Justicia
A medida que el tiempo avanzó hacia principios del siglo XXI, el poder continuó su reinado monárquico sobre la justicia. Tony Blair, quien junto a George W. Bush ingenió el caótico lienzo de la invasión de Irak, fue aclamado en lugar de juzgado. En este universo de morales retorcidas, los títulos de nobleza reemplazan las acusaciones, y las condecoraciones adornan a aquellos cuyas decisiones dejan regiones en turbulencia perpetua. Como se indica en Middle East Monitor, el estatus intacto de Blair subraya la aplicación selectiva inherente presente en los sistemas judiciales internacionales.
El Mito de la Proporcionalidad
La proporcionalidad —un término legal, cargado de intención pero carente de verdadero significado— se convierte en el velo sobre las acciones que deberían enfrentarse al escrutinio. La brutal sencillez radica en esta pregunta: ¿Quién decide el equilibrio entre daño y ventaja? La respuesta es clara: aquellos que detentan el poder. Así como los infames bombardeos incendiarios de LeMay una vez justificaron la despoblación por ganancia militar, los conflictos actuales repiten el mismo razonamiento falaz. Las bajas civiles son notas al pie, meras estadísticas frente a ganancias estratégicas hipotéticas.
Benjamin Netanyahu: Caminando por las Lagunas Legales
Caso en cuestión, el descarado caso de Benjamin Netanyahu. A pesar de una orden de arresto de la CPI sobre su cabeza, Netanyahu se mueve libremente, protegido por alianzas más fuertes que la delgada capa de legalidad internacional. La carnicería continua en Gaza, disfrazada bajo órdenes, desafía la conciencia global. Aquí yace la intersección de la inmunidad diplomática y la responsabilidad moral, donde esta última permanece como una historia a medio contar, escrita en tinta invisible en la arena, barrida con cada intento fútil de responsabilizar al poder.
La Trampa Eterna
El término ‘catch-22’ de Joseph Heller resuena inquietantemente cierto en el tejido de la guerra. El eco espeluznante de estrategias pasadas, como los bombardeos en alfombra que reclamaron vidas civiles bajo pretextos endebles, ilustra un ciclo perdurable. Los crímenes de guerra se disuelven cuando son cometidos por los favorecidos; el pasado se convierte en la musa esquiva para documentales y retrospectiva, en lugar de contexto para la rendición de cuentas.
La Ilusión de Igualdad ante la Ley
En última instancia, la supuesta igualdad de la ley se sofoca bajo la sombra del poder. Con facilitadores como Blair, LeMay y Netanyahu cruzando impunes el fino hielo de la moralidad, uno debe preguntarse si realmente existe la justicia o si descansa, soñando perpetuamente más allá del alcance de quienes más la merecen. Hasta que se operativicen los mecanismos que permitan un enjuiciamiento genuino, libre de la influencia geopolítica, la ilusión persiste; la narrativa continúa con su ritmo constante: el poder es el autor inconfundible de la ley.
El discurso sobre los crímenes de guerra es un recordatorio de la fragilidad de nuestro sistema global, donde los fanáticos del poder pintan el lienzo de la justicia con matices que reflejan su visión, en lugar del espectro equilibrado que debería representar.